domingo, 24 de agosto de 2014

Necesitamos nuevo software para el celu, y también nuevas ideas











Nicholas Kristof 
COLUMNISTA DE THE NEW YORK TIMES


Los estudiantes universitarios que se concentran en humanidades podrían terminar, por lo menos en las pesadillas de sus padres, como paseadores de los perros de los egresados de informática. Para mí, sin embargo, las humanidades no sólo son importantes, sino que también nos proporcionan una caja de herramientas para pensar sobre nosotros y el mundo.

No pretendería que todo el mundo se licenciara en arte o en literatura, pero el mundo se empobrecería si todos nos dedicáramos a codificar software o a administrar empresas.

Los escépticos podrían ver la filosofía como la más irrelevante y autocomplaciente de las humanidades, pero mi concepción del mundo se compone de las ideas de tres filósofos.

En primer lugar, Sir Isaiah Berlin describió el mundo en términos de confuso y complejo, con muchos valores contradictorios y sin un parámetro que determine cuál debe imponerse a los demás. Anhelamos la Gran Respuesta, pero a nosotros nos corresponde hacer el esfuerzo de reconciliar objetivos inconsistentes. Llamaba a eso pluralismo de valores.

Pero Sir Isaiah también advirtió sobre la angustia que a veces paraliza a los intelectuales, la idea de que todo es tan complejo, confuso e incierto que es imposible actuar. Es la idea que criticaba Yeats: “Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores rebosan intensidad apasionada.” En segundo lugar, John Rawls ofrece una forma útil de pensar problemas actuales como la desigualdad y la pobreza, de institucionalizar algo de lo que nuestra sociedad carece: empatía.

Analiza cuestiones básicas de justicia que proporcionan una explicación de por qué debemos crear redes de seguridad para respaldar a los pobres y buenas escuelas para contribuir a que sus hijos alcancen una vida mejor.

Rawls sugiere imaginar que todos acordamos un contrato social, pero desde una “posición original”, de modo tal que no sabemos si seremos ricos o pobres, inteligentes o torpes, diligentes o haraganes, ciudadanos de los Estados Unidos o de Bangladesh. Si no sabemos si vamos a nacer en el seno de una próspera familia suburbana o en el hogar de una madre soltera en un barrio precario, nos sentiremos más inclinados a impulsar medidas que protejan a los de abajo.

Por otra parte, en el contexto de las noticias actuales, tal vez nos sentiríamos menos inclinados a deportar niños hondureños de regreso a las condiciones desesperadas de las que han huido.

En tercer término, Peter Singer, de la Universidad de Princeton, ha impulsado el debate público sobre nuestras obligaciones morales con los animales, incluidos aquellos que criamos para comérnoslos.

Ya hace mucho que se ha reconocido que tenemos obligaciones éticas que trascienden nuestra especie, y es por eso que se nos detiene si torturamos gatitos u organizamos peleas de perros. Pero Singer se concentró ante todo en la agricultura industrial y en la cuestión cotidiana de qué ponemos en nuestros platos, y la convirtió no sólo en un dilema gastronómico, sino también en una cuestión moral.

Los argumentos de Singer son válidos. ¿Elegimos los huevos comunes o pagamos más por los procedentes de gallinas que no viven enjauladas? ¿Debería comer paté de hígado de ganso (que se obtiene mediante la tortura de los gansos)? ¿Preferimos los restaurantes que tratan de conseguir cerdo o pollo a los que se haya infligido menos dolor?

Esos tres filósofos ejercen influencia en la forma que pienso la política, la inmigración, la desigualdad. Influyen hasta en lo que como.

Se trata de tres filósofos recientes.

Para adaptarnos a un mundo cambiante necesitamos nuevo software para nuestros teléfonos celulares, pero también necesitamos ideas nuevas. Lo mismo vale para la literatura, la arquitectura, los idiomas y la teología.

Nuestro mundo se enriquece cuando codificadores y vendedores nos sorprenden con teléfonos inteligentes y tablets, pero éstos no son en sí mismos más que objetos inanimados.

Lo que los anima es la música, los ensayos, el entretenimiento y las provocaciones –generados por las humanidades- a los que acceden.

Es por eso que las humanidades siguen siendo importantes en el siglo XXI, tan importantes como un iPhone.

Copyright The New York Times, 2014. Traducción de Joaquín Ibarburu.

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