POR LAURIE PENNY ESCRITORA Y PERIODISTA BRITÁNICA
19/05/13
Puede alguien escapar de Internet? El periodista de tecnología Paul Miller decidió intentarlo. Como experimento, Miller, neoyorquino que durante la mitad de su vida ha vivido y trabajado on line, pasó un año de exilio autoimpuesto de los medios sociales, los motores de búsqueda, la pornografía, el acceso al correo electrónico e incluso los mensajes de texto, con la esperanza de descubrir su “verdadero” yo.
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Laurie Penny |
En realidad, pasó la mayor parte de ese año aburrido, aislado de sus familiares y amigos, sentado en un sillón jugando videojuegos. “Pensé que Internet podía ser un estado antinatural para los seres humanos”, escribe. “Estaba equivocado”.
Lo que Miller descubrió es que, aun cuando decidamos no prestarle atención a la web, la web no deja de prestarnos atención a nosotros.
Miller siguió apareciendo en fotos en las páginas de Facebook de sus amigos, y los artículos que escribió sobre su autoexilio tecnológico se publicaron y se compartieron on line. Durante un tiempo, incluso se podía descargar una aplicación que permitía saber cuánto tiempo faltaba para que Miller concretara su dramático regreso al mundo de las actualizaciones de estado y los simpáticos videos de animales.
Hay algo extrañamente puritano en el impulso de desconectarse. Miller es cristiano, lo que podría explicar por qué recurre al lenguaje del pecado y la tentación que parece saturar la mayoría de las críticas a Internet, en especial cuando se trata de personas jóvenes. En estos días, otro estudio mostró que los niños empiezan a conectarse desde más chicos y durante más tiempo, y la reacción de los adultos en general fue de horror.
Miller, por su parte, pensaba que la comunicación constante “corrompía su alma” y esperaba, como al parecer muchas otras personas, que la ermita digital lo salvara. Su decepción cuando no lo hizo es ligeramente trágica.
La abstinencia de comunicación es el nuevo tratamiento de desintoxicación, y las razones de su atractivo son muy simples. Cuando somos tantos los que tenemos empleos que nos exigen una interacción constante, decir “Odio Internet” es menos polémico que admitir que odiamos el trabajo.
Vivir en un mundo donde los jefes pueden mandarnos e-mails a las 4 de la mañana es agotador, pero se trata de un problema del trabajo, no de la tecnología.
Si estuviéramos agotados de ganarnos la vida haciendo pozos, no tendría sentido indignarnos con la pala. La solución a una sociedad que exige una constante productividad y una comunicación incesante no es menos Internet sino más autonomía.
Y eso no es algo que pueda conseguirse mediante el simple recurso de desconectar un router.
Es hora de abandonar la idea de que hay una clara distinción entre el mundo digital y el “real”, o de que hay que renunciar a uno para experimentar verdaderamente al otro. Los académicos denominan a ese falso sistema binario “dualismo digital”, término que acuñó el sociólogo Nathan Jurgenson, que lo define como “la convicción de que on line y off line son realidades distintas e independientes”. En realidad, los mundos digital y físico se superponen, y la tecnología, desde el iPhone hasta el telegrama y la tostadora, afecta todos los aspectos de la vida, ya sea que optemos por relacionarnos con ella o no.
La tecnología, como la sexualidad, es una parte de la vida que se vuelve una preocupación problemática sólo cuando nos convencemos de que es tóxica.
Como las ensoñaciones de un predicador de la abstinencia, evitar deliberadamente algo genera obsesión; uno puede imaginar que Paul Miller nunca estuvo más conciente de Internet que cuando se obligó a vivir sin ella.
Cada vez que una tecnología cambia el ritmo y la esfera de la interacción humana, algunos entrometidos están convencidos de que es malsana, que enferma y que es mala para los niños. La gente en otra época creía que los tipos móviles eran nocivos porque los libros distraían a las mujeres de su trabajo y permitían a las personas corrientes leer lo que estaba escrito en la Biblia.
La tecnología de las comunicaciones no puede “corromper el alma” como tampoco abandonarla puede salvarla, e Internet no es diferente.
Copyright The Guardian, 2013. Traducción de Elisa Carnelli.
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